El deporte, en general, podemos definirlo como un hecho diferencial. En eso podemos estar de acuerdo, aunque cuando hablamos del deporte todo apunta al fútbol. Y en esta dirección observamos, desde un cierto prisma, los movimientos, situaciones y hechos que se producen en torno a este deporte. Nadie se abstrae de las últimas repercusiones del escándalo FIFA y sus connotaciones a todos los niveles, con consecuencias en ámbitos jurídicos- normativos de trascendencia internacional.
Esto es, aquello que planeaban, decidían y sentenciaban en su esfera o coto privado, trascendió en un momento dado, bajo praxis y prácticas, que podríamos decir societarias, y que han tenido consecuencias jurídicas. Es la traslación de ese derecho mercantil a esferas del deporte, que se resiste a su sometimiento, en base a una singularidad, pero que empiezan a ser tan intolerables que la esfera del derecho común interviene.
Pues bien, en el siempre debate entre el derecho deportivo como ciencia autónoma, o conjunto de reglas emanadas por los que siempre mandan y dirigen el deporte. Empezamos a encontrarnos con elementos de abusos y de posiciones que chocan, por ejemplo, con cuestiones tan trascendentales en el ámbito de la economía de mercado de la Unión Europea relacionadas con la competencia.
Yo podría estar de acuerdo en la especificidad de la actividad del deportista, pero lo que cada vez me convence más en la negación en torno a la especificidad de unas estructuras, opacas, en la mayoría de los casos, que trata de otorgarse normas, que, en demasiadas, ocasiones, pueden incidir en el derecho común, para relegarlo, y sobre todo para hacer escapismo en torno al cumplimiento.
Y me explico, yo puedo estar de acuerdo con el principio pro competición, o con aquellas decisiones disciplinarias que pudieran ser causa de infracción de normas deportivas. Pero nunca podré estar de acuerdo, cuando aquello supone limitación de derechos de deportistas, que son, sobre todo ciudadanos, y tienen derecho a la tutela judicial efectiva.
Esto es, tanto se habla de la especificidad del deporte, y en frente, en ocasiones, con la connivencia de la administración deportiva, nos encontramos con verdaderos elementos trasgresor de normas de economía de mercado y mercantiles. Que tratan de dar, por ejemplo, en la última reforma societaria de nuestro país, instrumentos de control, de trasparencia, de buen gobierno, de responsabilidad de los administradores sobre la mala y falta de diligencia en su gestión.
Pero como se trata del deporte, parece que hay cierta bula. Y esa especificidad en la introducción de determinadas salvedades en la reforma mercantil, no siempre juega a favor de esa trasparencia. De hecho, tal como están las cosas, nos podemos encontrar sentencias de todo tipo, prevalencia de normas deportivas, emanadas internamente, sin ningún tipo de publicidad; frente a la legislación mercantil. Lo que provoca sentencias a doquier en una y otra dirección.
Y en esa especificidad del deporte, lo que, por la experiencia una va observando son toda una serie de improperios y situaciones kafkianas para el deportista Al que considero el verdadero protagonista de todo esto del deporte y del derecho deportivo. Porque mientras se hace una legislación para dar cierta opacidad o reglas del juego internas que nos vinculan a los actores del deporte. Nos encontramos, en frente, situaciones de flagrante lesión de derechos a los deportistas.
Porque nunca estaré a favor de la especificidad del deporte, y más con la legislación caduca existente, que persiste con este Secretario de Estado en cuestiones como inexistencia de ligas profesionales femeninas, inexistencia de la definición del deportista profesional, más allá de un vetusto Real Decreto de 1985, que cuestiones como la libertad de expresión o el derecho a la proyección de tu imagen, pueda ser limitada en base a seudo contratos que hacen algunas federaciones con deportistas, más allá de la vinculación de la licencia. Me preocupa que esa especificidad del deporte se sitúe en saber qué tipo de marco jurídico tienen en relación a su seguridad social, relaciones contractuales, derechos de imagen, incapacidades laborales.
Que lleven vinculados a su disciplina deportiva, dando todo lo mejor de que son capaces de dar a este país, y se encuentren que nadie ha cotizado por ellos. A pesar de que puedan llevar veinte años ejerciendo como deportistas, con dedicación plena. Y cuando retornan a la vida civil son meras conjeturas e interrogantes y que no existen ni en la seguridad social, ni siquiera en hacienda
Muchos de nuestros campeones han resuelto sus vidas en el ostracismo, ante una normativa que no ha sido capaz de elaborar un estatuto del deportista que contemple, entre otras cuestiones: desde la denominación de deportista profesional asalariado o no, ¿por qué existen ligas profesionales – patronal y sindicatos- en el ámbito masculino y no en el femenino?, inexistencia de convenios colectivos, salario mínimo, epígrafe definitorio en la seguridad social, tipos de incapacidad por el ejercicio de una profesión que entraña siempre consecuencias físico deportivas, situaciones de intermitencia en el ámbito laboral, cláusulas de rescisión por causa del embarazo.
Esto es, lo que de verdad importa si queremos salvaguardar esa especificidad, no podemos quedarla al margen de las demandas reales del protagonista, que es el deportista. Porque puede estar muy bien, un plan de saneamiento del fútbol – sufragado con dinero público- o el plan de financiación por el caos y desfases económicos de las federaciones, incluso el programa mujer y deporte, para parchear déficits de federaciones, más allá de ir destinado a las deportistas. Pero para cuándo un plan enfocado a la carrera del deportista. Que lo defina, que lo apoye y que le dé el verdadero protagonismo.
Porque de seguir así, exponencialmente el deportista podrá ir creciendo, pero solo serán algunos. Y el resto, ante esa ausencia de su verdadero estatuto, quedará subsumido al vaivén del que más poder pueda ostentar en el deporte. Que no siempre estará dispuesto a reconocer los derechos que como ciudadano va a tener. Por lo que quizás en esa especificidad del deporte, yo me inclino mejor por la especificidad del deportista. Pues en nombre del mismo, nunca una puede validar instrumentos jurídicos y reglamentarios al albur de la opacidad.
María José López González
Abogada